“…y en nada lo pude abrazar. Sus ojos grandes, su cuerpecito suave y cálido, su tranquilidad… ¡Que momento maravilloso! El dolor que cesó, y la tranquilidad a nuestro alrededor. Y mi Alessandro siempre en mis brazos tan tranquilo y despierto.”
Antes de relatar como ha venido a la luz Alessandro en nuestro proprio hogar, quiero hacer una paréntesis sobre quien somos y porque tomamos la decisión de contactar a las matronas de Nacer y Cuidar.
Somos una pareja de 33 años, y Alessandro es nuestro primer hijo. Nos documentamos mucho sobre parto, las ventajas y desventajas del parto asistido en casa, y del parto en hospital. Llevamos 4 años en Málaga y nuestra experiencia con los centros de salud y hospitales de aquí es (¡por suerte!) escasa. Sin embargo, el miedo a ser víctima de violencia obstétrica, de no tener libertad de movimiento durante la fase de dilatación y de expulsión, de no poder tener intimidad a la hora de parir, me ponía muy nerviosa. Lo tenia claro: no, yo no iba a parir en un hospital.
Ana y Tanti nos acompañaron desde la semana 24 del embarazo, facilitándonos todas las informaciones sobre la fisiología del parto, y por supuesto, sobre como nos ayudarían a traer al mundo a Alessandro. A partir de la semana 36, Maria, otro miembro del grupo, empezó a participar en las reuniones y resolvió muchos miedos que teníamos.
La mañana que rompí bolsa, Ana acudió a nuestra casa y, tras averiguar que todavía no estaba de parto, nos aconsejó que pasásemos un día normal, con nuestra rutina cotidiana. Nadie nos podía decir cuando llegaría el momento.
La tomé a pié de la letra y salimos andando a hacer la compra, para luego volver a casa y seguir trabajando. Por la tarde, a las 18:30, cuando salimos a tomar algo con una compañera de trabajo, las contracciones se notaban pero no eran seguidas. A las 21:30 decidí volver a casa y cuando íbamos de camino empecé a sentir como las contracciones se habían vuelto mas seguidas y mas fuertes. Cuando llegaba una tenia que parar por el dolor.
Llegados a casa puse una película divertida con el fin de que me ayudara a distraerme y llevar mejor el dolor pero a los 5 minutos me levanté del sofá ya que no podía aguantar más la mezcla de escenas divertidas y el dolor de las contracciones. A las 22:30, después de unas cuantas contracciones fuertes y de notar como aumentaba el sangrado debido al cuello uterino que se iba ablandando, avisé a Ana. Por cierto: Ana y María habían intentado llamarme antes para saber como nos encontrábamos, pero no vi sus llamadas hasta llegar a casa. Cuando Ana llegó, me sentí aliviada. Su voz baja, su presencia discreta pero segura, su calma, hicieron que a pesar de todo el dolor que probaba con cada contracción, no me preocupara y ni tuviese miedo a que algo pudiese salir mal.
Cuando tocaba escuchar el latido del corazón del bebé, Ana esperaba a que cada contracción pasara y antes de poner el aparato sobre mi barriga me pedía el permiso. Durante la fase de dilatación me dio consejos muy útiles y siempre en el momento más apropiado: cambiar de posición, ponerme prendas más cómodas o quitarme algunas o entrar en la bañera. Roberto estaba todo el rato a mi alcance y me abrazaba a él cada vez que entraba una contracción. Notaba alivio en hacerlo. No obstante, hubo un momento en el que pensé pedirle ir al hospital para que me hicieran una cesaría, porque no aguantaba más el dolor. En aquel momento, me acordé de lo que había leído y de lo que me había dicho una amiga: cuando piensas que ya no puedes más, es que estás en la fase final del parto, y esta fase dura menos de la precedente. Y aunque no tenia ni idea de cuanto tiempo había pasado, sí que me acuerdo de tener la sensación que había pasado poco tiempo (o por lo menos, no 12 horas, o 24 como me habían preparado).
Cuando entré en la bañera, sentí un gran alivio, pero luego las contracciones cambiaron. Ya sentí la presión del bebé a la altura del coxis y en poco tuve la necesidad de empujar.
En todo momento Roberto, mi marido, estuvo allí. Me agarraba a él cada vez que tenia una contracción, le apretaba y sentía que el dolor se hacia un poco más soportable.
Cuando, sentada de rodillas en la bañera, me atreví a mirar abajo, vi que de allí a nada iba a salir la cabeza del bebé, pero con la contracción siguiente, nuestro hijo salió por completo. Antes de sacarlo yo misma del agua, Ana y Maria le quitaron el cordón que estaba enrollado al cuello, y en nada lo pude abrazar. Sus ojos grandes, su cuerpecito suave y cálido, su tranquilidad… ¡Que momento maravilloso! El dolor que cesó, y la tranquilidad a nuestro alrededor. Después salimos de la bañera para el alumbramiento de la placenta que tuvo lugar el la cama que Maria había preparado. Y mi Alessandro siempre en mis brazos tan tranquilo y despierto. Roberto estaba muy emocionado, feliz y orgulloso: todo había salido bien y pudo asistir al parto sin desmayarse (era lo que le preocupaba). Si Ana y Maria habían hecho un excelente trabajo tanto en los días anteriores al parto, cuanto durante el mismo, se superaron enormemente en la fase de post parto. Aunque ya lo peor había pasado, aun tenia que llegar la parte mas desagradable… Puntos, sangrado abundante, yo que parecía que me iba a desmayar en cualquier momento… Fueron 5 horas intensas pero nunca perdieron la tranquilidad y nunca fallaron en hacernos sentir protegidos y seguros. A Alessandro le pusieron la vitamina K sin quitármelo de mis brazos; cuando yo no pude tenerlo en mis brazos, Roberto lo cogió y hicieron el piel a piel. Cuando pude incorporarme en la cama, me ayudaron a darle el pecho. Cuando madrugó y yo ya estaba mejor, se fueron pero no sin dejar todo muy limpio y dar instrucciones a Roberto acerca de como ayudarme mejor. En los sucesivos días, estuvieron viniendo a vernos a menudo para ayudarme con la lactancia y para revisarme los puntos. Vino también Tanti y me hizo mucha ilusión. En fin, querid@s lector@s, el parto en casa es una elección practica, cómoda y natural siempre y cuanto podéis contar con un equipo como los de Nacer y Cuidar. Ellas saben que el parto empieza mucho antes de que una mujer rompa bolsa, y que no acaba con el corte del cordón umbilical. No solo nace un bebé, si no que nace una madre también y ellas supieron cuidar de mi como ni mi madre hubiera podido hacerlo.
Somos una pareja de 33 años, y Alessandro es nuestro primer hijo. Nos documentamos mucho sobre parto, las ventajas y desventajas del parto asistido en casa, y del parto en hospital. Llevamos 4 años en Málaga y nuestra experiencia con los centros de salud y hospitales de aquí es (¡por suerte!) escasa. Sin embargo, el miedo a ser víctima de violencia obstétrica, de no tener libertad de movimiento durante la fase de dilatación y de expulsión, de no poder tener intimidad a la hora de parir, me ponía muy nerviosa. Lo tenia claro: no, yo no iba a parir en un hospital.
Ana y Tanti nos acompañaron desde la semana 24 del embarazo, facilitándonos todas las informaciones sobre la fisiología del parto, y por supuesto, sobre como nos ayudarían a traer al mundo a Alessandro. A partir de la semana 36, Maria, otro miembro del grupo, empezó a participar en las reuniones y resolvió muchos miedos que teníamos.
La mañana que rompí bolsa, Ana acudió a nuestra casa y, tras averiguar que todavía no estaba de parto, nos aconsejó que pasásemos un día normal, con nuestra rutina cotidiana. Nadie nos podía decir cuando llegaría el momento.
La tomé a pié de la letra y salimos andando a hacer la compra, para luego volver a casa y seguir trabajando. Por la tarde, a las 18:30, cuando salimos a tomar algo con una compañera de trabajo, las contracciones se notaban pero no eran seguidas. A las 21:30 decidí volver a casa y cuando íbamos de camino empecé a sentir como las contracciones se habían vuelto mas seguidas y mas fuertes. Cuando llegaba una tenia que parar por el dolor.
Llegados a casa puse una película divertida con el fin de que me ayudara a distraerme y llevar mejor el dolor pero a los 5 minutos me levanté del sofá ya que no podía aguantar más la mezcla de escenas divertidas y el dolor de las contracciones. A las 22:30, después de unas cuantas contracciones fuertes y de notar como aumentaba el sangrado debido al cuello uterino que se iba ablandando, avisé a Ana. Por cierto: Ana y María habían intentado llamarme antes para saber como nos encontrábamos, pero no vi sus llamadas hasta llegar a casa. Cuando Ana llegó, me sentí aliviada. Su voz baja, su presencia discreta pero segura, su calma, hicieron que a pesar de todo el dolor que probaba con cada contracción, no me preocupara y ni tuviese miedo a que algo pudiese salir mal.
Cuando tocaba escuchar el latido del corazón del bebé, Ana esperaba a que cada contracción pasara y antes de poner el aparato sobre mi barriga me pedía el permiso. Durante la fase de dilatación me dio consejos muy útiles y siempre en el momento más apropiado: cambiar de posición, ponerme prendas más cómodas o quitarme algunas o entrar en la bañera. Roberto estaba todo el rato a mi alcance y me abrazaba a él cada vez que entraba una contracción. Notaba alivio en hacerlo. No obstante, hubo un momento en el que pensé pedirle ir al hospital para que me hicieran una cesaría, porque no aguantaba más el dolor. En aquel momento, me acordé de lo que había leído y de lo que me había dicho una amiga: cuando piensas que ya no puedes más, es que estás en la fase final del parto, y esta fase dura menos de la precedente. Y aunque no tenia ni idea de cuanto tiempo había pasado, sí que me acuerdo de tener la sensación que había pasado poco tiempo (o por lo menos, no 12 horas, o 24 como me habían preparado).
Cuando entré en la bañera, sentí un gran alivio, pero luego las contracciones cambiaron. Ya sentí la presión del bebé a la altura del coxis y en poco tuve la necesidad de empujar.
En todo momento Roberto, mi marido, estuvo allí. Me agarraba a él cada vez que tenia una contracción, le apretaba y sentía que el dolor se hacia un poco más soportable.
Cuando, sentada de rodillas en la bañera, me atreví a mirar abajo, vi que de allí a nada iba a salir la cabeza del bebé, pero con la contracción siguiente, nuestro hijo salió por completo. Antes de sacarlo yo misma del agua, Ana y Maria le quitaron el cordón que estaba enrollado al cuello, y en nada lo pude abrazar. Sus ojos grandes, su cuerpecito suave y cálido, su tranquilidad… ¡Que momento maravilloso! El dolor que cesó, y la tranquilidad a nuestro alrededor. Después salimos de la bañera para el alumbramiento de la placenta que tuvo lugar el la cama que Maria había preparado. Y mi Alessandro siempre en mis brazos tan tranquilo y despierto. Roberto estaba muy emocionado, feliz y orgulloso: todo había salido bien y pudo asistir al parto sin desmayarse (era lo que le preocupaba). Si Ana y Maria habían hecho un excelente trabajo tanto en los días anteriores al parto, cuanto durante el mismo, se superaron enormemente en la fase de post parto. Aunque ya lo peor había pasado, aun tenia que llegar la parte mas desagradable… Puntos, sangrado abundante, yo que parecía que me iba a desmayar en cualquier momento… Fueron 5 horas intensas pero nunca perdieron la tranquilidad y nunca fallaron en hacernos sentir protegidos y seguros. A Alessandro le pusieron la vitamina K sin quitármelo de mis brazos; cuando yo no pude tenerlo en mis brazos, Roberto lo cogió y hicieron el piel a piel. Cuando pude incorporarme en la cama, me ayudaron a darle el pecho. Cuando madrugó y yo ya estaba mejor, se fueron pero no sin dejar todo muy limpio y dar instrucciones a Roberto acerca de como ayudarme mejor. En los sucesivos días, estuvieron viniendo a vernos a menudo para ayudarme con la lactancia y para revisarme los puntos. Vino también Tanti y me hizo mucha ilusión. En fin, querid@s lector@s, el parto en casa es una elección practica, cómoda y natural siempre y cuanto podéis contar con un equipo como los de Nacer y Cuidar. Ellas saben que el parto empieza mucho antes de que una mujer rompa bolsa, y que no acaba con el corte del cordón umbilical. No solo nace un bebé, si no que nace una madre también y ellas supieron cuidar de mi como ni mi madre hubiera podido hacerlo.